miércoles, abril 29, 2009

LA LEY Y ¿EL ORDEN?

Aunque parezca que de forma paulatina nos hayamos acostumbrado, si analizamos un poco la realidad de nuestros días resulta alarmante comprobar la inseguridad que se incrementa y que a todo nivel padecemos hasta en nuestras propias casas.
Lo preocupante es que no se trata de un fenómeno aislado, es un tema que tiene demasiadas aristas y situaciones similares con mayor o menor violencia se presentan en otros países, México es quizá el ejemplo mas latente con sus altos índices de secuestros y aniquilamientos; pero también es preocupante lo que sucede en otros lugares, hace un tiempo conversaba con un compatriota amigo mio que radica actualmente en Ciudad de Guatemala y me comentaba lo que es la violencia cotidiana allá; paradójicamente, se suele atribuir la existencia de la delincuencia a la falta de trabajo y de oportunidades o en el caso de quienes cumplan o hayan cumplido alguna pena comprobamos una inexistente re socialización de los mismos; incluso -cual concepto desnaturalizado de un absurdo síndrome de Robin Hood-, el delincuente suele robar a quienes mas tienen; dicho esto, lo increíble es que en dicha capital centroamericana se dan asaltos a plena luz del día en los buses de transporte público, suben y a mano armada y rostro descubierto cargan y levantan con todo: celulares, billeteras, monederos, accesorios electrónicos, joyas, etc., algo similar a lo que ocurre aquí en nuestras carreteras, donde casi ninguna ruta se salva de estos facinerosos y desplazarse de una ciudad a otra a veces es como jugarse una ruleta rusa, de los continuos accidentes y negligencias mejor no hablemos, ese es un serio tema aparte.
Me cuenta este amigo que es menos probable ser asaltado si estás en tu propio auto o vehículo particular, aun cuando contradictoriamente la tenencia de un vehículo presupone un mayor poder adquisitivo del conductor comparándolo con el desprotegido usuario del transporte público, sería extremo que algo así sucediera por acá -aunque ya supimos de asaltos y muertes por parte de “marcas”-, al paso que vamos, sin que nadie haga nada las cosas parecieran que solo podrían empeorar.
Adicionalmente, con alarma se tienen noticias y referencias de lo que es el fenómeno de los llamados “maras” centroamericanos, lo que nos lleva a pensar lo peligroso que sería que replicara en otros puntos del continente, la sola idea ya es escalofriante pensando lo cerca que estamos de aquello cuando uno ve las broncas de pandilleros infames en zonas periféricas de Lima donde como si nada se blanden filudos machetes y otras armas; las agresiones entre ellos y a terceros ya empiezan a ser mas que brutales.
Lo anterior me lleva a otra reflexión, sucede en Lima como puede suceder en otros lugares, subirse a una unidad de transporte público es todo un drama y toda una odisea, sobrevivir o sobrellevar el viaje supone seguir algunas reglas implícitas aprendidas o recomendadas por alguna experiencia ingrata; entre otras, no hacer ostentación de nada (ser discretos al contestar o hacer una llamada con el celular, no llevar joyas de modo visible, no perder de vista la billetera o el bolso; dependiendo del lugar a donde uno va a veces esta paranoia lleva a tener que vestirse lo mas “chacra” posible con la idea que así no se despertará la codicia ni el interés de los ladrones); desconfiar de quien esté o pase muy cerca nuestro y hasta ser indiferentes a los innumerables vendedores y pedigüeños con todos los argumentos inimaginables (y vaya que es otra forma de violencia), estos últimos recurren al chantaje emocional y hasta la amenaza directa para conminar a “colaborar” con ellos, ¿no se han puesto a pensar que muchas veces cuando uno se moviliza en bus –sobre todo cuando eres un estudiante-, en micro o en combi lo hace con lo mínimo o estricto necesario, con lo justo para pagar la ida y vuelta a su lugar de destino? Son de lo mas caraduras al ponerse a renegar cuando reciben una negativa, el tema es que muchos de quienes asumen esto de andar pidiendo limosna a los demás no lo hacen impulsados por la verdadera necesidad o como producto de una eventualidad o una emergencia que les obliga salir a la calle y perdiendo la dignidad y el amor propio ir extendiendo la mano, no, la realidad es que una gran mayoría ejerce aquello como un oficio, como una actividad permanente en la cual explotan y abusan de la solidaridad y lástima que puedan y buscan despertar en los demás, por eso a veces uno termina siendo inmune a estos pedidos efectistas de mujeres y hombres que suben a los buses o micros cargando a inocentes criaturas que muchas veces ni siquiera son suyas sino literalmente “alquiladas” para esos menesteres.
En otros casos la tensión, indignación y también el temor pueden llegar al límite cuando aparecen esos tipos con toda la pinta de pirañas viejos que no tienen ni la menor intención de disimular, que dicen acabar de salir de algún centro penitenciario y con total desfachatez dicen que no quieren ni vender caramelos, simplemente han subido para “pedir” tu ayuda, que quieren dinero y que depende de nosotros que no vuelvan a delinquir, tamaño caparazón el suyo, lo que hacen es un asalto, una extorsión en la que se ve amenazada no solo la propiedad sino también la integridad física y la libertad de su obligado auditorio de pasajeros, y es que en su retorcida visión de la realidad no conciben que las cosas, que los bienes, que la propiedad tiene y debe ser adquirida con trabajo, con esfuerzo, con verdadero sudor de la frente y ampollas de las manos, no conciben el significado o la idea de lo ajeno o la propiedad del otro como un concepto válido, no conciben que otro individuo pueda disfrutar de eso que se llama bienestar. Por ahí entra a tallar otro asunto al que llamo “revancha social” aquello que es practicado por estos lumpen que consideran que todo en la vida les fue negado o mejor dicho “que como todo en la vida les fue negado” nadie puede ni debe ser feliz ni disfrutar de nada, por eso para conseguir lo que buscan no dudan en agredir por agredir, por eso, por que sienten que no tienen nada que perder ni nada ni a quien respetar no les tiembla la mano al momento de apretar un gatillo o usar un arma punzo cortante, y es que dañar, matar, robar o perjudicar son conceptos que tienen connotaciones diametralmente distintas a las nuestras.
¿Que hacer, como hacer frente a toda esta violencia lamentablemente cotidiana?, por una parte las autoridades se asemejan a un torpe monstruo de mil cabezas intentando caminar para mil lados distintos moviéndose en forma descoordinada, no se observan esfuerzos unificados, cada entidad, cada comuna hace lo que puede -en el mejor de los casos a medias-, cuando lo que debería haber es una verdadera política de Estado que la enfrente, combata e imponga el cacareado principio de autoridad, es lo lógico, es lo que una sociedad civilizada espera de sus autoridades y gobernantes, ante una situación que ya ha dejado hace mucho de ser solo temas aislados y se presenta como un patrón de situaciones de violencia que proliferan en todos lados, por tanto no se puede simplemente minimizar los acontecimientos o cerrar los ojos para no ver y terminar dejando que las cosas evolucionen y se remedien solas.
Se nos habla constantemente de nuestro crecimiento económico, que en medio de la crisis económica mundial nuestra situación es mas que buena y hasta superior a la de nuestros vecinos del continente, sin embargo, ¿como invertir?, como visitar con tranquilidad un país donde es habitual sentirse desprotegido y expuesto a tanta delincuencia.
Es un gran problema nacional el nuestro, las leyes no solo no son respetadas sino el común de la gente sabe que las penas no se aplican con rigor; la cadena es infinita, son prácticas comunes pasarse la luz roja del semáforo y no respetar señal de tránsito alguna; la involución también se percibe al practicar é inculcar la cultura de la suciedad botando basura en todos lados bajo la premisa que otro tendrá que recogerla o que para eso está la municipalidad o que por último que ya estaba así; o manejar en estado de ebriedad, o sobornar al policía de transito; y es que hay muchas formas de delinquir, situaciones que dada su práctica común nos parecen simples faltas pese a ser concientes que si cometiéramos esas mismas “faltas” en algún otro país un poco mas ordenado que el nuestro hace rato que hubiéramos sido fichados y empapelados. Si eso hacemos en este entorno caótico quienes nos consideramos ciudadanos comunes y corrientes que las mas de las veces respetamos la ley y el orden establecido, que podemos esperar de las conductas de aquellos que nacen y se hacen delincuentes so pretexto o entendiendo provenir de barrios marginales, que podemos pedir si los centros de rehabilitación son cualquier cosa menos eso, quien entra ahí resulta archidiplomado en todas las formas de delinquir y al salir es prácticamente imposible que se dedique a alguna actividad lícita.
Con todo eso alrededor ya no sorprende ver noticias como la de un bombero en el Callao que por intentar impedir un robo a su hija recibió mas de seis balazos que acabaron con su vida o la de la niña en Nuevo Chimbote secuestrada por su propia prima y murió ahorcada por el enamorado de ésta, o los frecuentes secuestros de hijos de empresarios o comerciantes.
A todo eso estamos expuestos, la solución no es simplemente protegernos propiciando la existencia de ghetos o burbujas urbanas aparentemente seguras todas llenas de rejas y vallas, lo sensato sería hacer cumplir las leyes y reglamentos de forma irrestricta, algo aparentemente sencillo, tan esencial y medular, claro, cumplir con aquello significaría tener que cambiar nuestro chip ético y ciudadano, ser honestos y no sentirnos estúpidos por serlo en un lugar donde ser o parecer el vivo resulta primordial si se quiere sobrevivir y evitar ser atropellado por el resto.
Mención aparte merece el caos social que representan las protestas en nuestro país donde bajo cualquier pretexto o motivación -justificada o exagerada- se recurre a la violencia practicada en masa y se vulnera el derecho de todos los demás ciudadanos a desplazarse con libertad por todo el territorio nacional, cuando se encienden esos fuegos la sensación es que nos estamos disparando nosotros mismos a los pies y dejamos que personas o dirigentes con inteligencia elemental o nula hagan prevalecer sus ideas y sin haber agotado las vías legales o administrativas canalizan sus protestas mediante la violencia y arremeten con todo, propiedad estatal, privada, contra cualquier cosa o personaje que represente para ellos una suerte de enemigo social, caos en el que terminamos perdiendo todos si excepción y que trae como consecuencia atraso, retroceso y anula cualquier intento serio de inversión. En este punto, como en otras latitudes, este tipo de excesos y atentados contra la propiedad y libertad deberían ser considerados como agravados por el perjuicio y daño masivo que representan.
Dicho todo lo anterior, lo que debería hacerse es crear condiciones para que ese casi utópico panorama de respeto a la Ley se dé alguna vez en forma homogénea en nuestro Perú, para empezar, habrá que ir sembrando en nuestro propio entorno, practicando, dando el ejemplo e inculcando a los más pequeños mejores prácticas para que no resulten tan contaminados y rogar que haya un golpe de timón y alguien con capacidad de decisión se convenza por ejemplo que la policía debería ser más profesional y no como actualmente en que se han creado escuelas de policía casi en cada capital departamental fruto de lo cual tenemos mas cantidad que calidad de sus efectivos, y que por otro lado no tengamos que asistir asombrados a ver noticias en que con una facilidad pasmosa se liberan prontuariados delincuentes a los que tanto cuesta capturar.

Esas son nuestras herramientas actuales, ello explica en parte nuestra vulnerabilidad. ¿Panorama gris verdad? Pero es reversible, tan simple y elemental, aunque nos cueste ponerlo en práctica, las leyes están dadas, solo hay que cumplirlas.